Estación de las
nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima
de un sol que ya madura,
conspirando con él
cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas
que corren por las bardas,
encorvar con manzanas
los árboles del huerto
y colmar todo fruto
de madurez profunda;
la calabaza hinchas y
engordas avellanas
con un dulce
interior; haces brotar tardías
y numerosas flores
hasta que las abejas
los días calurosos
creen interminables
pues rebosa el estío
de sus celdas viscosas.
Quienquiera que te
busque ha de encontrarte
sentada con descuido
en un granero
aventado el cabello
dulcemente,
o en surco no segado
sumida en hondo sueño
aspirando amapolas,
mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de
entrelazadas flores;
o te mantienes firme
como una espigadora
cargada la cabeza al
cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar
con paciente mirada
ves rezumar la última
sidra hora tras hora.
No pienses más en
ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre
nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos
de un matiz rosado,
cual lastimero coro
los mosquitos se quejan
en los sauces del
río, alzados, descendiendo
conforme el leve
viento se reaviva o muere;
y los corderos balan
allá por las colinas,
los grillos en el
seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de
tiple silba en alguna huerta
y trinan por los
cielos bandos de golondrinas.
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