Del salón en el
ángulo oscuro,
de su dueño tal vez
olvidada,
silenciosa y cubierta
de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía
en sus cuerdas,
como el pájaro duerme
en las ramas,
esperando la mano de
nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! -pensé-.
¡Cuántas veces el genio
así duerme en el
fondo del alma,
y una voz, como
Lázaro, espera
que le diga:
¡Levántate y anda!
¿A qué me lo dices?
Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y
caprichosa,
antes que el
sentimiento de su alma
brotará el agua de la
estéril roca.
Sé que en su corazón,
nido de sierpes,
no hay una fibra que
al amor responda:
que es una estatua
inanimada...; pero...
¡es tan hermosa!