Atravesé
el Arroyo Blanco
en
su estrecho cauce
cuando
la Aurora recién
hendía
la maraña de estrellas
y se desembarazaba de las sombras. y vi
de
paso un instante, desde los trillados
caminos
de los hombres,
innumerables
islas, circuidas
con
los colores verde y oro de la naturaleza.
El
cielo tendía
el
espejo azul de la eternidad
sobre
las aguas relucientes. una a una
las
nubes se hacían a la mar.
Mis
errantes pensamientos
divagaron
adonde los monstruos
de
cota de plata
recorren
velozmente
sus
arroyos nativos.
Canté
melodías
que
crecieron al promediar el día,
menguaron
con el atardecer
y cesaron al caer la noche.
Luego
busqué el reflejo
de
los aleros de las casas,
en
medio de los campos
iluminados
por la luna.