El otro día vi
a un rico
de pie en la puerta
del templo.
Tendía sus manos
llenas de piedras
preciosas
a todos los
transeúntes, diciendo:
-Tened compasión,
tomad de mí estas
joyas.
Me han puesto el alma
enferma
y me han endurecido
el corazón:
piedad, tened piedad,
tomadlas,
haced que me cure.
Pero nadie le hacía
caso.