Duerme, duerme, dueño mío, sin zozobra, sin temor, aunque no se duerma mi alma, aunque no descanse yo.
Duerme, duerme y en la noche seas tú menos rumor que la hoja de la hierba, que la seda del vellón.
Duerma en ti la carne mía, mi zozobra, mi temblor. En ti ciérrense mis ojos: ¡duerma en ti mi corazón!