Yo buscaba su alma en los temblores
de su voz cuando hablábamos, y había
una vaga y azul melancolía
en la plata lunar de los alcores.
Buscábala en sus candidos rubores
cuando su mano estaba entre la mía,
y en la estrella lejana que encendía
sus ojos en celestes resplandores.
Yo buscaba su alma, hasta que un día
ardió la esquiva flor de sus pudores
en el oculto fuego en que yo ardía;
entonces, en un tálamo de flores
descubrí que su alma se escondía
en sus labios, divinos pecadores.