Madre la selva canta, y canta el bosque y canta la llanura,
y el roble que a las nubes se levanta, y la flor que se dobla en la espesura, y
canta y juega el viento en el camino, y en el rubio trigal las amapolas, y en
el cauce el arroyo cristalino, y los troncos, los tallos, las corolas, la
tierra, el cielo azul, la mar gigante y las hierbas que bordan el barranco.
Madre, es una canción dulce y vibrante, que a Yanko llega y
que comprende Yanko.
Era Yanko un chicuelo, más rubio y sonrosado que la aurora,
con los ojos tan puros como el cielo y el alma cual de artista soñadora.
La
música del campo lo atraía..., adivinaba un himno en los rumores, que el viento
recogía al besar los arbustos y las flores, y en el gorjeo matinal del ave, y
en el silencio de la noche grave y en cáliz gentil de la violeta, hallaba una
canción tierna y sin nombre, la canción sacrosanta del poeta, que apenas puede
comprender el hombre.
Siempre que del mesón en la cocina brotaban los armónicos
raudales de un violín, cuya nota cristalina es dulce cual la miel de los
panales, él escuchaba con sublime encanto esa canción de arrullador cariño, y
con los ojos húmedos de llanto,¡quién tuviera un violín !, pensaba el niño.
Una noche estival toda fulgores, al entreabrir sus párpados
el cielo, y al entornar sus cálices las flores, arriesgóse el chicuelo a entrar
en la cocina, y a impulsos de sus ansias ideales tomó el rico violín de voz
perlina y le arrancó torrentes musicales.
Los peones: ¡Al ladrón!, despavoridos gritaron,
despertándose del sueño, y sordo a los ruegos y gemidos, feroces maltrataron al
pequeño.
Agonizaba Yanko; en su agonía, febril y estertoroso,
repetía: ¡Madre, la selva canta, y canta el bosque y canta la llanura, y el
roble que a las nubes se levanta, y la flor que se dobla en la espesura, y las
alondras al tender el vuelo, y las hierbas que bordan el barranco!.
Y al expirar el niño, en noble anhelo, Dijo: ¿Verdad, mamita, que en el cielo Dios le dará un violín al
pobre Yanko.