En
la esquina de Miracielos agoniza la tradición.
¿Qué
mano avara cortaría el limonero del Señor?
Miracielos;
casuchas nuevas, con descrédito del color; antaño hubiera allí una tapia
y
una arboleda y un portón.
Calle
de piedras; el reflejo encalambrado de un farol; hacia la sombra, el aguafuerte
abocetado de un balcón, a cuya vera se bajara, para hacer guiños al amor, el
embozo de Guzmán Blanco en algún lance de ocasión.
En
el corral está sembrado, junto al muro, junto al portón, y por encima de la
tapia hacia la calle descolgó un gajo verde y amarillo el limonero del Señor.
Cuentan
que en Pascua lo sembrara, el año quince, un español, y cada dueño de la
siembra de sus racimos exprimió la limonada con azúcar para el día de San
Simón.
Por
la esquina de Miracielos, en sus Miércoles de dolor, el Nazareno de San Pablo
pasaba siempre en procesión.
Y
llegó el año de la peste; moría el pueblo bajo el sol; con su cortejo de
enlutados pasaba al trote algún doctor, y en un hartazgo dilataba su puerta
«Los Hijos de Dios».
La
terapéutica era inútil; andaba el Viático al vapor y por exceso de trabajo se
abreviaba la absolución.
Y
pasó el Domingo de Ramos y fue el Miércoles del Dolor cuando, apestada y
sollozante, la muchedumbre en oración, desde el claustro de San Felipe hasta
San Pablo, se agolpó.
Un
aguacero de plegarias asordó la Puerta Mayor y el Nazareno de San Pablo salió
otra vez en procesión.
En
el azul del empedrado regaba flores el fervor; banderolas en las paredes,
candilejas en el balcón, el canelón y el miriñaque el garrasí y el quitasol; un
predominio de morado de incienso y de genuflexión. «¡Oh Señor Dios de los
Ejércitos, la peste aléjanos, Señor!»
En
la esquina de Miracielos hubo una breve oscilación; los portadores de las andas
se detuvieron; monseñor el arzobispo, alzó los ojos hacia la Cruz; la Cruz de
Dios, al pasar bajo el limonero, entre sus gajos se enredó. Sobre la frente del
Mesías hubo un rebote de verdor y entre sus rizos tembló el oro amarillo de la
sazón.
De
lo profundo del cortejo partió la flecha de una voz: «¡Milagro! ¡Es bálsamo,
cristianos, el limonero del Señor!»
Y
veinte manos arrancaban la cosecha de curación que en la esquina de Miracielos
de los cielos enviaba Dios.
Y
se curaron los pestosos bebiendo el ácido licor con agua clara de Catuche,
entre oración y oración.
Miracielos:
casuchas nuevas; la tapia desapareció. ¿Qué mano avara cortaría el limonero del
Señor?
¿Golpe
de sordo mercachifle o competencia del Doctor o despecho de boticario u ornato
de la población?
El
Nazareno de San Pablo tuvo una casa y la perdió; y tuvo un patio y una tapia, y
un limonero, y un portón; ¡mal haya el golpe que cortara el limonero del Señor!
¡Mal haya el sino de esa mano que desgajó la tradición!