Toma una urna de vino, ve a sentarte al claro de
luna y bebe, diciéndote que mañana quizá la
luna te buscará en vano.
Cada mañana, el rocío agobia a los tulipanes,
los jacintos y las violetas, pero el sol los libra
de su brillante carga. Cada mañana, el corazón
me pesa más en el pecho, pero tu mirada
lo libra de su tristeza.
El alba ha cuajado de rosas la bóveda del cielo.
Por el aire se pierde el canto del último ruiseñor.
El perfume del vino, ahora, es más ligero.
¡Y pensar que en este instante hay insensatos
que sueñan con honores y glorias!
¡Cuán sedosos tus cabellos, bienamada!
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