Dile al enterrador, que, cuando mueras,
sepulte tu cadáver junto al mío:
¡quiero ver tus pupilas hechiceras
resplandecer en mi sepulcro frío!
Porque si he de mirar desde la dura
piedra, en que al fin mi helada sien recline,
esos luceros de mirada pura,
que no acabe jamás mi noche oscura,
que mi noche de muerto no termine.
Díle al enterrador, que entre mis manos,
tus manos ponga de alabastro y rosa,
¡que yo las salvaré de los gusanos
que quieran devorarlas en mi fosa!
Y díle¡ díle! que se marche luego...
Y díle¡ díle! que nos deje solos...
¡que allí tendré para adorarte, el fuego
que derrite la nieve de los polos!
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