La negra Juana María,
pimpollo de tentación,
señera como la palma,
caliente como el fogón,
camino de los cantares
se va por mi corazón.
Tallada la piel reluce,
oliendo a puro melón,
a soga sin estrenarse,
a mango medio pintón,
a palo recién floriao,
a lluvia sobre terrón,
a hierba que se remoza
y a vino de garrafón.
El ritmo viene con ella,
con ella va la canción,
los ojos relampagueando
ceniza, llama y carbón;
los mismos de caña dulce,
el cutis de papelón;
la lengua conversadora,
sonrisa como algodón,
y lunas del mismo río
los senos en eclosión,
alegres como perdices,
maracas del llano son,
saltando porque no llevan
sostenes con almidón…
Cintura de cuatro nuevo
sonando de son a son,
al pie del arpa sacude
la canta y el camisón;
anima el contrapunteo,
apura el trago de ron,
y todo el patio llanero
le suena bajo el talón,
igual a como se escucha
la pólvora en el cañon,
el látigo sobre el cuero,
el cedro en el ventarrón
y el dale-que-dale a pulso
la mano sobre el pilón.
La negra Juana María,
remanso y ensoñación,
dulcita como el guarapo,
tan agria como el limón,
va de joropo en joropo,
va de peón en peón;
chaparro cuando ventea,
pisar el caballo andón,
desprecia los amoríos,
no pide ni da razón;
y cuando pasa bailando,
ceñida en el galerón,
su risa y el zapateo
me dan en el corazón.
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