De aquellas arduas
clandestinidades
tenazmente debidas
a causas nobles y
amorosos lances,
sólo te queda un
sedimento
entre feliz y
melancólico, la sensación
de haber perdido algo
inencontrable,
un decoro, una fe y
algún temor:
eso que fue sin duda
el rango más preciado
de tu vida.
Vertiginosos días de
lecciones
difíciles, de
secretos quehaceres y nocturnidades,
de coartadas
sensibles a la luz que te valieron
cárcel, exilio,
represalias
y algo como un
empecinado acopio de certezas
que afloró andando el
tiempo en lastres varios.
De grado compartías
encomiendas
que la pasión hacía
más audaces,
aquella candorosa
convicción
de estar fogosamente
prestigiando
las noches, los
sigilos, los empeños
heroicos, los
prohibitivos usos del amor,
mientras la dignidad
gestaba su literatura
y en dulces aficiones
te acogías.
No has vivido emoción
igual que aquélla.
Nada ha sido lo mismo
desde entonces
y aún eres el
recuerdo de ese hermoso
oficio pasional de
clandestino.
Nunca fue en vano tan
magnánimo
aprendizaje de la
vida.
La historia de
después te importa menos.