POESÍA INOLVIDABLE

POESÍA INOLVIDABLE

viernes, 11 de agosto de 2017

La inmortalidad

Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis días.

Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacío.

Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.

Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.

La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacía,
será firme mi voz.

No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.

Poemas de Omar Khayyam


Toma una urna de vino, ve a sentarte al claro de
luna y bebe, diciéndote que mañana quizá la
luna te buscará en vano. 


Cada mañana, el rocío agobia a los tulipanes,
los jacintos y las violetas, pero el sol los libra
de su brillante carga. Cada mañana, el corazón
me pesa más en el pecho, pero tu mirada
lo libra de su tristeza.


El alba ha cuajado de rosas la bóveda del cielo.
Por el aire se pierde el canto del último ruiseñor.
El perfume del vino, ahora, es más ligero.
¡Y pensar que en este instante hay insensatos
que sueñan con honores y glorias!
¡Cuán sedosos tus cabellos, bienamada!

viernes, 11 de agosto de 2017

La inmortalidad

Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis días.

Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene trascendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacío.

Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.

Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse la tierra
en medio de un abrazo.

La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacía,
será firme mi voz.

No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.

Poemas de Omar Khayyam


Toma una urna de vino, ve a sentarte al claro de
luna y bebe, diciéndote que mañana quizá la
luna te buscará en vano. 


Cada mañana, el rocío agobia a los tulipanes,
los jacintos y las violetas, pero el sol los libra
de su brillante carga. Cada mañana, el corazón
me pesa más en el pecho, pero tu mirada
lo libra de su tristeza.


El alba ha cuajado de rosas la bóveda del cielo.
Por el aire se pierde el canto del último ruiseñor.
El perfume del vino, ahora, es más ligero.
¡Y pensar que en este instante hay insensatos
que sueñan con honores y glorias!
¡Cuán sedosos tus cabellos, bienamada!

Recent Comments

Recent Posts

Copyright Text