POESÍA INOLVIDABLE

POESÍA INOLVIDABLE

sábado, 24 de abril de 2010

EL CAJÓN DE LAS ÁNIMAS


De recia madera antigua,
negro como la desgracia,
escueto como la muerte,
siniestro como las ánimas!
¡cajón de enterrar los pobres
que pasaban por mi casa,
sobre cuatro hombres borrachos,
de chaleco y alpargatas,
cuando la tarde encendía
los cirios de sus campanas!
Enfilaban calle arriba
con seco ritmo de marcha.
¡Chas! ¡Chas! -sudando aguardiente,
la muerte se apresuraba-;
pero al llegar a la esquina
de la calle Glorias Patrias
-esa esquina y esa calle
que en nuestros pueblos no faltan-,
marchando en un solo sitio
y mirándose las caras,
daban la vuelta los hombres,
la vuelta reglamentaria.
Póstumo honor, fraternal
cortesía proletaria
de negro ceremonioso
que sabe entrar a una sala.
¡Después..., que fueran a prisa
y en el hoyo lo tiraran
sin mecates ni oraciones
y sin dobles de campanas!
Pero ¡que la gente sepa
como el negro Juan de Mata
sabe enterrar a los pobres
en el cajón de las ánimas!.

todas las tardes del mundo
desfilaban por mi casa.
Mis diez años asustados,
al atisbo en la ventana.

¡Negro de los "Morichales",
músico de arpa y maracas,
caletero de franela,
pescador de "La zapoara"!
Eras tú quien iba dentro,
en el cajón de las ánimas,
rígido el músculo recio,
quietas las manos, callada
la boca de las canciones...
¡Eras tú! Yo lo ignoraba.
¡Y como me duele ahora
la crueldad de mi ignorancia!
¡No haber salido a la calle
y, echando el miedo a la espalda,
haberle metido el hombro
a aquel cajón de las ánimas
y haber marcado la vuelta
hacia la plaza Miranda,
entre el indio Cruz Ramón
y el negrito Juan de Mata!

Y llegar al cementerio
con la ropa bien sudada,
sembrar una cruz de palo,
en la tierra colorada,
y a la hora de la cena,
al regresar a mi casa,
referirlo en plena mesa
como quien cuenta una hazaña.

Pero ¡te marchaste solo,
pescador de la "Zapoara",
caletero peleador,
músico de arpa y maracas,
negrito morichalero
de la bandola encintada,
que cantaste en mi bautizo
coplas de mi tierra brava!

Y porque solo te fuiste,
hoy le pone mi garganta
letra a aquel joropo tuyo,
aquel que ya nadie baila:
¡Chas! ¡Chas!..., que pasa la muerte
calladita y sin mortaja,
la muerte de los humildes,
en el cajón de las ánimas!

sábado, 24 de abril de 2010

EL CAJÓN DE LAS ÁNIMAS


De recia madera antigua,
negro como la desgracia,
escueto como la muerte,
siniestro como las ánimas!
¡cajón de enterrar los pobres
que pasaban por mi casa,
sobre cuatro hombres borrachos,
de chaleco y alpargatas,
cuando la tarde encendía
los cirios de sus campanas!
Enfilaban calle arriba
con seco ritmo de marcha.
¡Chas! ¡Chas! -sudando aguardiente,
la muerte se apresuraba-;
pero al llegar a la esquina
de la calle Glorias Patrias
-esa esquina y esa calle
que en nuestros pueblos no faltan-,
marchando en un solo sitio
y mirándose las caras,
daban la vuelta los hombres,
la vuelta reglamentaria.
Póstumo honor, fraternal
cortesía proletaria
de negro ceremonioso
que sabe entrar a una sala.
¡Después..., que fueran a prisa
y en el hoyo lo tiraran
sin mecates ni oraciones
y sin dobles de campanas!
Pero ¡que la gente sepa
como el negro Juan de Mata
sabe enterrar a los pobres
en el cajón de las ánimas!.

todas las tardes del mundo
desfilaban por mi casa.
Mis diez años asustados,
al atisbo en la ventana.

¡Negro de los "Morichales",
músico de arpa y maracas,
caletero de franela,
pescador de "La zapoara"!
Eras tú quien iba dentro,
en el cajón de las ánimas,
rígido el músculo recio,
quietas las manos, callada
la boca de las canciones...
¡Eras tú! Yo lo ignoraba.
¡Y como me duele ahora
la crueldad de mi ignorancia!
¡No haber salido a la calle
y, echando el miedo a la espalda,
haberle metido el hombro
a aquel cajón de las ánimas
y haber marcado la vuelta
hacia la plaza Miranda,
entre el indio Cruz Ramón
y el negrito Juan de Mata!

Y llegar al cementerio
con la ropa bien sudada,
sembrar una cruz de palo,
en la tierra colorada,
y a la hora de la cena,
al regresar a mi casa,
referirlo en plena mesa
como quien cuenta una hazaña.

Pero ¡te marchaste solo,
pescador de la "Zapoara",
caletero peleador,
músico de arpa y maracas,
negrito morichalero
de la bandola encintada,
que cantaste en mi bautizo
coplas de mi tierra brava!

Y porque solo te fuiste,
hoy le pone mi garganta
letra a aquel joropo tuyo,
aquel que ya nadie baila:
¡Chas! ¡Chas!..., que pasa la muerte
calladita y sin mortaja,
la muerte de los humildes,
en el cajón de las ánimas!

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