POESÍA INOLVIDABLE

POESÍA INOLVIDABLE

jueves, 24 de septiembre de 2009

PERRO CALLEJERO


¡Hola, leal amigo! ¿No me reconoces? ¿Qué fue de tu vida desde que los míos del hogar te echaron?
¡Cuanto te he buscado, perro fiel y noble,
sin que te encontrara!
¿Qué hicistes, qué haces,
por dónde anduviste, por dónde es que andas?
¡Tú, que tan alegre
y vivo ladrabas...,
hay que verte ahora, cuán entristecido
y medroso ladras!
¡No tengas reparos, que te hablo sincero;
acércate, anda!
No me tengas miedo, que no soy cual ellos;
no bajes los ojos, los mismos levanta.

Y, cuando al mirarme,
veas mis miradas
que te miran dulces, como te miraron,
y, cual te prometo que lo harán mañana,
todas tus tristezas se habrán acabado
y nueva alegría verás que te embarga.

¡tú que tan alegre
y vivo ladrabas,
hay que verte ahora, cuán entristecido
y medroso ladrás!

Desde el día aciago en que injustamente
-sin que lo esperaras,
sin piedad alguna y con crueldad fría
se te echó de casa...

Tú que en otros días
la misma guardabas,
y con tus caricias, las melancolías
que nos asaltaban,
juguetón y noble,
nos las disipabas;
que tu gran cariño
siempre demostrabas,
ve la ingratitud de quienes amaste
-y defensor suyo, siempre acompañarás-,
cómo olvidadizos, duros, neronianos...,
al fin te pagaran.

¡Dime qué sentistes en tus soledades
de tan largos días de esta temporada!
¡Dime tus sufrires, lo que te ocurriera
y lo que te pasa!

¡Cuánto habrás sufrido hasta ver tu cuerpo
que infames microbios con su piel acaban!
Con penas intensas, al no tener techo, ni amor, ni cuidados,
y verte tratado, si acaso, a patadas...
Y no huyes, ¿verdad? No eres rencoroso;
tal vez porque alcanzas
a ver que cual todos, no soy
de la casa.

no eres rencoroso; y aún, al hallarnos,
con temor te acercas y con lastimeros ladridos me hablas;
no en altivo tono, tampoco humillado,
sino en doloridas, sentidas palabras,
que a tu fiel cariño así pagó dura
la perfidia humana...

aún no estás seguro de mí. ¿No te fías?
No tiemble tu cuerpo, recobra la calma...
Yo soy uno, sí uno de los hijos de aquella familia
que te echó de casa;
pero ausente de ella en aquel instante, no pude evitarlo;
y, aunque te he buscado, jamás te encontraba...

Pero al fín nos vimos! Y ahora que te encuentro
te digo que vengas sin desconfianza;
que vengas conmigo sin temor alguno,
pues que, independiente, tengo otra morada...

En la que hasta el día en que al fin expires,
hallarás cariño, reposo y olvido a tus cuitas tantas;
y abrigo y sustento, ya que tú nos quieres;
¡ven conmigo, anda!



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jueves, 24 de septiembre de 2009

PERRO CALLEJERO


¡Hola, leal amigo! ¿No me reconoces? ¿Qué fue de tu vida desde que los míos del hogar te echaron?
¡Cuanto te he buscado, perro fiel y noble,
sin que te encontrara!
¿Qué hicistes, qué haces,
por dónde anduviste, por dónde es que andas?
¡Tú, que tan alegre
y vivo ladrabas...,
hay que verte ahora, cuán entristecido
y medroso ladras!
¡No tengas reparos, que te hablo sincero;
acércate, anda!
No me tengas miedo, que no soy cual ellos;
no bajes los ojos, los mismos levanta.

Y, cuando al mirarme,
veas mis miradas
que te miran dulces, como te miraron,
y, cual te prometo que lo harán mañana,
todas tus tristezas se habrán acabado
y nueva alegría verás que te embarga.

¡tú que tan alegre
y vivo ladrabas,
hay que verte ahora, cuán entristecido
y medroso ladrás!

Desde el día aciago en que injustamente
-sin que lo esperaras,
sin piedad alguna y con crueldad fría
se te echó de casa...

Tú que en otros días
la misma guardabas,
y con tus caricias, las melancolías
que nos asaltaban,
juguetón y noble,
nos las disipabas;
que tu gran cariño
siempre demostrabas,
ve la ingratitud de quienes amaste
-y defensor suyo, siempre acompañarás-,
cómo olvidadizos, duros, neronianos...,
al fin te pagaran.

¡Dime qué sentistes en tus soledades
de tan largos días de esta temporada!
¡Dime tus sufrires, lo que te ocurriera
y lo que te pasa!

¡Cuánto habrás sufrido hasta ver tu cuerpo
que infames microbios con su piel acaban!
Con penas intensas, al no tener techo, ni amor, ni cuidados,
y verte tratado, si acaso, a patadas...
Y no huyes, ¿verdad? No eres rencoroso;
tal vez porque alcanzas
a ver que cual todos, no soy
de la casa.

no eres rencoroso; y aún, al hallarnos,
con temor te acercas y con lastimeros ladridos me hablas;
no en altivo tono, tampoco humillado,
sino en doloridas, sentidas palabras,
que a tu fiel cariño así pagó dura
la perfidia humana...

aún no estás seguro de mí. ¿No te fías?
No tiemble tu cuerpo, recobra la calma...
Yo soy uno, sí uno de los hijos de aquella familia
que te echó de casa;
pero ausente de ella en aquel instante, no pude evitarlo;
y, aunque te he buscado, jamás te encontraba...

Pero al fín nos vimos! Y ahora que te encuentro
te digo que vengas sin desconfianza;
que vengas conmigo sin temor alguno,
pues que, independiente, tengo otra morada...

En la que hasta el día en que al fin expires,
hallarás cariño, reposo y olvido a tus cuitas tantas;
y abrigo y sustento, ya que tú nos quieres;
¡ven conmigo, anda!



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