POESÍA INOLVIDABLE

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domingo, 12 de julio de 2009

LA HILANDERA


Dijo el hombre a la Hilandera a la puerta de su casa:
Hilandera, estoy cansado, dejé la piel en las zarzas,
 tengo sangradas las manos, tengo sangradas las plantas;
 en cada piedra caliente dejé un retazo del alma;
 tengo hambre, tengo fiebre, tengo sed…,
 la vida es mala.

Hila una venda, Hilandera, hila una venda tan larga
 que no te quede más lino; ponme la venda en la cara
, cúbreme tanto los ojos que ya no pueda ver nada,
 que no se vea en la noche ni un rayo de vida mala.

Y contestó la Hilandera:
Aguarda.

Hilo tanto la Hilandera, que las manos le sangraban.
Y se pintaba de sangre la larga venda que hilaba.
Ya no le quedó más lino, y la venda roja y blanca,
 puso en los ojos del hombre, que ya no pudo ver nada.

Pero después de unos días, el hombre le preguntaba:
-¿Dónde te fuiste, Hilandera, que ni siquiera me hablas?
¿Qué hacías en estos días, qué hacías y dónde estabas?

Y contestó la Hilandera: Hilaba.

Y un día vió la Hilandera que el hombre ciego lloraba;
 ya estaba la espesa venda atravesada de lágrimas;
 una gota cristalina de cada ojo manaba.

Y el hombre dijo:
Hilandera,

¡te estoy mirando a la cara!
¡Qué bien se ve todo el mundo por el cristal de las lágrimas!
Los caminos están frescos, los campos verdes de agua;
 hay un iris en las cosas que me las llena de gracia.

La vida es buena, Hilandera, la vida no tiene zarzas;
¡quítame la larga venda que me pusiste en la cara!

Y ella le quitó la venda, y la Hilandera lloraba,
 y se estuvieron mirando por el cristal de las lágrimas.

 Y el amor, entre sus ojos hilaba...

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domingo, 12 de julio de 2009

LA HILANDERA


Dijo el hombre a la Hilandera a la puerta de su casa:
Hilandera, estoy cansado, dejé la piel en las zarzas,
 tengo sangradas las manos, tengo sangradas las plantas;
 en cada piedra caliente dejé un retazo del alma;
 tengo hambre, tengo fiebre, tengo sed…,
 la vida es mala.

Hila una venda, Hilandera, hila una venda tan larga
 que no te quede más lino; ponme la venda en la cara
, cúbreme tanto los ojos que ya no pueda ver nada,
 que no se vea en la noche ni un rayo de vida mala.

Y contestó la Hilandera:
Aguarda.

Hilo tanto la Hilandera, que las manos le sangraban.
Y se pintaba de sangre la larga venda que hilaba.
Ya no le quedó más lino, y la venda roja y blanca,
 puso en los ojos del hombre, que ya no pudo ver nada.

Pero después de unos días, el hombre le preguntaba:
-¿Dónde te fuiste, Hilandera, que ni siquiera me hablas?
¿Qué hacías en estos días, qué hacías y dónde estabas?

Y contestó la Hilandera: Hilaba.

Y un día vió la Hilandera que el hombre ciego lloraba;
 ya estaba la espesa venda atravesada de lágrimas;
 una gota cristalina de cada ojo manaba.

Y el hombre dijo:
Hilandera,

¡te estoy mirando a la cara!
¡Qué bien se ve todo el mundo por el cristal de las lágrimas!
Los caminos están frescos, los campos verdes de agua;
 hay un iris en las cosas que me las llena de gracia.

La vida es buena, Hilandera, la vida no tiene zarzas;
¡quítame la larga venda que me pusiste en la cara!

Y ella le quitó la venda, y la Hilandera lloraba,
 y se estuvieron mirando por el cristal de las lágrimas.

 Y el amor, entre sus ojos hilaba...

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